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Sin etiquetas. Por el alumnado.

Innovación es, según la RAE, la acción o efecto de innovar que, a su vez, es introducir novedades. Por lo tanto, es un concepto muy relativo. Ciñéndonos al ámbito educativo, supondría, entonces, introducir novedades, es decir, estrategias, metodologías. actividades, métodos de evaluación, relaciones con la comunidad educativa, etc., diferentes de las habituales. Y lo relativo es que innovación se puede pensar que es que el alumnado haga un power point o un prezi o que se desarrolle un proyecto de aprendizaje-servicio que implique a toda la comunidad y solucione un problema de su centro, su barrio o su localidad.

Por otra parte, y como no podría ser menos en ese ámbito que hemos enmarcado, la innovación debe ofrecer buenos resultados, que aquí, entiendo yo, deben ser resultados de aprendizaje que mejoren en satisfacción y nivel de aprendizaje los obtenidos de la manera no innovadora, o sea, haciendo lo de siempre.

Porque no me cabe la menor duda de que todos los docentes quieren lo mejor para su alumnado. La cuestión es que hay quien piensa que para eso lo mejor es no innovar y hacer lo de siempre y quiénes pensamos que la solución pasa por implementar esas novedades. Por eso, no creo que nos convengan las etiquetas; primero porque nos enfrentan y nos aleja de nuestro principal objetivo, el mejor aprendizaje posible de nuestro alumnado y, segundo, porque todo el mundo, como hemos visto, puede ser más o menos innovador dependiendo de con quién se compare. La diferencia, por tanto, no es entre innovadores y no innovadores, buenos o malos, blanco o negro, sino en la visión que se tenga de lo que es necesario para que nuestro alumnado sea lo más competente, autónomo y responsable posible. Ahí es donde yo veo el quid de la cuestión, en darse cuenta o no de qué significa enseñar, aprender y estudiar en el siglo XXI.

Y, finalmente, me gustaría abordar un tema complejo: la dimensión de la innovación. La innovación desarrollada por un profesor aislado siempre es mucho menos efectiva que la llevada a cabo por un equipo docente o por todo el centro (entendido como comunidad). Esta innovación del docente aislado no tiene continuidad y casi todo el mundo la ve como una ocurrencia, por muy justificada que esté y por muy  buenos resultados que obtenga. Y lo sé por experiencia. Pero cuando los resultados son buenos, el docente (sí, yo, en este caso) y el alumnado están satisfechos, cuando el alumnado quiere que les des clases en el curso siguiente o te afean que no les des este año cuando les diste clase el curso anterior, cuando te dicen que nunca habían aprendido así y que así es mejor, cuando dicen que tus clases deberían tener más horas,… no tienes más remedio que seguir introduciendo esas novedades. No por el prurito ridículo de ser un innovador, sino por ellos, por los alumnos. Ojalá pudiera trabajar en un centro donde predominara un profesorado que creyera necesario introducir novedades, innovar, pero no es así. La visión mayoritaria es la contraria y también la tienen por el bien del alumnado, aunque no estemos de acuerdo. Posiblemente, esa visión es todavía mayoritaria en el profesorado, pero los cambios y las novedades llegan a gran velocidad como resultado del cambio continuo que experimenta nuestra sociedad, ese proceso imparable de cambio educativo del que hablamos desde hace ya unos años. Pero, precisamente, esos cambios asustan a quienes no tienen nada claro la necesidad de cambios y los retrae más.

Por eso no quiero etiquetas. Son volubles, relativas y reflejan lo superficial. Lo que sí quiero es que el alumnado aprenda. Y eso sí es duradero y profundo.

AUTOR

Manuel Jesús Fernández

Todos los relatos por: Manuel Jesús Fernández

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