Acabo de llegar del Primer Congreso Mundial de Educación y de un maravilloso fin de semana en Coruña. Por la compañía, por lo aprendido, por lo visto y por el tiempo del que hemos disfrutado. Y en lo referente al tema educativo, la conclusión que me vino primero a la mente estando en la sala es que cómo hemos sido capaces de complicar algo tan mágico y sencillo como es el aprendizaje, la educación. La Escuela
Como docentes debemos tener claro los objetivos y una serie de convicciones acerca de cómo y qué debe aprender nuestro alumnado. Y esto se ha complicado, lo hemos complicado, mucho: normativas excesivas e incoherentes, currículos extensos, innumerables herramientas digitales, falta de recursos, problemas de formación, tradiciones formativas academicistas, confusiones metodológicas, burocratización, excesivos estímulos, infoxicación…. Claro, que a esto han contribuido sobremanera unas administraciones que han matado moscas a cañonazos y unos cambios sociales que la Escuela está tardando en asimilar.
Porque creo, y en el congreso lo he podido confirmar escuchando a Francisco Mora, José Antonio Marina, Raúl Santiago, Jari Laivonen o Marck Prensky, que es mucho más simple todo. O debería serlo. Pero, claro, simplificar algo que se ha ido enredando, destejer la madeja de intereses creados, supone cambios que ahora mismo parecen inmensos e inabarcables. Y lo podemos ver con un sólo ejemplo que puede suponer un resumen de lo que aquí quiero exponer; se trata de la frase: lo importante es lo que el alumno aprende, no lo que el maestro enseña. Esta frase, ahora mismo y en un futuro, podría dar para algún congreso educativo o para debates interminables en redes sociales y es, ni más ni menos, que el meollo de la cuestión. Y se nos ha ido olvidando con debates metodológicos (muchas veces estériles y egocéntricos), intereses contrapuestos y falta de perspectiva de todos los sectores implicados: administración, docentes, familias y alumnos, aunque estos en mucha menor medida porque han sido hasta ahora agentes pasivos y sufridores de esta complejidad creciente.
Lo importante es que el alumnado aprenda y que aprenda a conocer, a ser, a hacer y a convivir. Esos cuatro pilares de la educación que se nos olvidan entre tanto papel, tanta ley, tanto currículo, tantos estándares, tantas pruebas, externas o internas, tanto libro de texto, tantas estrategias metodológicas y tanta tecnología. Podemos innovar, solos o, mejor, acompañados, podemos parchear, encontrar soluciones válidas de centro o de aula, pero hasta que no nos paremos y digamos ¿dónde vamos? seguiremos soportando una escuela y un sistema educativo que no sirve para formar ciudadanos en pleno siglo XXI.
Volvamos a la simplicidad de un aprendizaje auténtico, profundo y adaptado a las características sociales y tecnológicas de nuestra sociedad y consigamos formar personas que sepan desenvolverse en la incertidumbre y afrontar retos.
Volvamos a una escuela cercana a la realidad, al contexto, que se plantee retos de mejora de la comunidad, del barrio, de la ciudad, del mundo. Una Escuela I+D+i, que experimente, que desarrolle proyectos y que preste servicios a la comunidad.
Utilicemos la tecnología para mejorar y aumentar el aprendizaje y no para hacer lo mismo de siempre pero con dispositivos, para colaborar con otros alumnos en proyectos en red, para que las redes sociales las convirtamos en redes sociables para el cambio y la mejora de la gente y para desarrollar la creatividad del alumnado.
Pero, claro, a veces, menos es más. Y en este caso, simplificar supondría cambiar muchas cosas. A lo mejor a alguien le interesa seguir complicando esto de la educación. Y seguir haciendo negocio.
Os dejo una infografía que intenta reflejar esta reflexión.
Mochilas escolares
Buen artículo y unas reflexiones interesantes.
Gracias por el blog y un saludo