Estamos viviendo, en todos los aspectos, una situación que no es normal. No hay normalidad. No es ya la vieja (ni lo va a volver a ser nunca) y la nueva no termina de asentarse y, por lo que vemos, tardará bastante en hacerlo. Vivimos dentro de una pandemia y como en una especie de limbo indefinido. Sin embargo, por mucho que hayamos sufrido y por mucho que observemos la realidad, seguimos pensando que podemos volver a una “cierta” normalidad que deseamos, por lógica, que se acerque más a la vieja, que conocemos, que a una nueva que no terminamos de asimilar porque no termina de darnos una cierta “seguridad”. Queremos que se recuperen rápido el turismo, la hostelería, el comercio…, la educación. Queremos, en definitiva, una situación “normal” que no termina de asentarse. Lamentablemente, es un deseo y no una realidad.
Y entrando en el tema educativo y en el asunto candente de la vuelta a clase, tuve la “suerte” de encontrarme el otro día con un amigo que tiene la desesperante habilidad de poner nerviosos a los demás y, conversando sobre el tema me preguntó sobre qué pasará cuando muera un/a docente por COVID, o algún/a alumno/a, o algún miembro del personal no docente o algún familiar contagiado por hijos/as o nietos/as. Sí, así, como quien no quiere la cosa, casi sin despeinarse. Y, sí, lo consiguió: me puse nervioso.
Me puse nervioso, pero tenía razón. ¿Qué pasará entonces? Porque lo que se debate es la vuelta segura a clase. No es un debate sobre modelos de enseñanza, presencial, semipresencial o no presencial, que es otro debate completamente diferente, aunque relacionado con posibles soluciones a esa vuelta segura. Es un debate sobre salvar vidas, sobre evitar contagios, rebrotes y, sí, también muertes. Es la realidad y parece que no queremos afrontarla. Parece que decimos: “empezamos y… a ver si hay suerte”. Y con suerte me refiero a que no muera nadie. Aunque algunos a lo mejor piensan que la suerte es que no mueran muchos.
Ese es el debate, esa es la cuestión. Y en esa balanza, creo que es lógico apostar por que la vuelta segura sólo puede pasar por reducir al máximo la presencialidad. Creo que no debemos ser tan ingenuos como para pensar que toda la comunidad educativa y en todo momento va a cumplir las normas de unos protocolos completamente alejados de las realidades de nuestras aulas. El papel es muy sufrido, pero aquí no estamos hablando de que si no cumples unas normas puedas tener unas consecuencias personales, aquí estamos hablando de que si no se cumplen, el resultado puede ser un verdadero desastre humanitario y las consecuencias pueden ser algo irreversible porque no afecta sólo a quien las pueda incumplir, sino que también puede afectar gravemente a quienes le rodean.
No falta mucho. Hay que tomar decisiones pensando en cuál es la verdadera cuestión que se nos viene encima. Porque esto no es normal.
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