Este martes, en la hora de tutoría, coincidí en los pasillos con una antigua alumna (COU del curso 1989-1990, mi primer curso en mi centro) de la que sabía que tenía una hija en el instituto y a la que saludaba cuando nos veíamos por la calle o en el centro. Pero, resulta que el martes me enteré que comparto aprendizajes con su hija en 4º de ESO. Es una alumna aplicada, trabajadora y que, seguramente, sacará muy buena nota al final.
Hasta aquí, todo normal. El caso es que cuando le comenté mi sorpresa de que fuera la madre de Cristina, me sorprendieron sus comentarios. Me dijo, “sí, ya le he dicho que me distes clase y le he enseñado los apuntes de tu clase que todavía tengo guardados porque me encantaban tus explicaciones…pero, hoy, es otra historia”.
Y tanto.
Es otra historia, sobre todo porque han pasado muchos años (demasiados) y porque en esos años todo ha cambiado bastante. Yo “daba” básicamente una clase magistral, aunque con algunos debates y comentarios cooperativos de textos y hoy utilizo metodologías activas, flipped, cooperativo y ABP; entre otras cosas porque entendí hace tiempo que por muy bien que pudiera explicar, cada año que pasaba iba notando cómo variaban las caras de mi alumnado desde un interés mayoritario a uno cada vez más minoritario. Y el problema creo que no era yo porque explicaba igual: los mismos temas, las mismas actividades…, el problema era, y es, que el alumnado iba siendo y, seguirá siendo, diferente, no mejor ni peor, sino que se enfrentaba a su aprendizaje de otra manera que demandaba otra forma de “dar” clase o, mejor, de no “darla”, sino de compartirla.
Sí, es otra historia. El problema es no haberse dado cuenta y pensar que es la misma.
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