La tensión es lógica. La Escuela tradicional ha entrado en barrena. Se le discute todo: los libros de texto, la memorización, la estructura física y organizativa… y los deberes.
Cuando una institución evoluciona poco llega el momento en que choca con todo lo que le rodea. Y eso está pasando con la Escuela. Y con otras muchas cosas importantes como nuestro propio sistema político, por ejemplo. Cuando por intereses, indecisiones o incapacidad, pero, sobre todo, por falta de ideas claras y de visión de la realidad, una institución se mantiene igual durante mucho tiempo (algunos dirían siglos, yo no llego a tanto) es normal que se le vaya desmoronando el tinglado. Se puede argumentar, sin embargo, que la Escuela ha cambiado, y claro que ha cambiado, porque sería terrorífico que siguiéramos igual que hace dos siglos, pero pienso que esos cambios han sido superficiales y cosméticos, no han penetrado en el núcleo conservador y estático de la Escuela: en la organización, en la metodología y en la fuente del saber. Sigue predominando una estructura rígida y jerárquica, unas metodologías pasivas y unidireccionales y la fuente del saber sigue siendo el profesorado. Afortunadamente para unos y desafortunadamente para otros, la tecnología y la sociedad digital han cambiado y están rompiendo ese modelo de Escuela y aparece un modelo de Escuela más abierto, en contacto con la realidad que le rodea, que utiliza metodologías activas para el desarrollo de un aprendizaje autónomo y permanente de su alumnado y donde el eje se saber se ha trasladado a la red y a sus inmensos recursos.
Pues bien, en esta situación de crisis, aparece de nuevo con fuerza una polémica ya antigua: los deberes. Las familias no saben a qué atenerse, los docentes se sienten atacados y el alumnado se ve completamente desubicado. Y claro, la demagogia entra en juego y el asunto en vez de encauzarse, se enquista: «que si en mis tiempos…», «que si después están toda la tarde de actividades o jugando a la play», «que si le han perdido el respeto al profesorado», «que si no tienen tiempo para tantos deberes», etc., etc., etc. Y no nos damos cuenta de que el problema no son los deberes sino la relación entre una Escuela anquilosada y una sociedad dinámica. En definitiva, que la polémica sobre los deberes no es más que una consecuencia del predominio de una Escuela trasnochada que sigue manteniendo esquemas completamente inútiles para la sociedad que le rodea.
El asunto no es deberes sí o no, sino deberes para qué y por qué. Qué sentido tienen. Por ejemplo:
Si los docentes dedicamos la mayor parte de la clase a explicar y después mandamos actividades para casa, lo que pasa normalmente es que una minoría lo entiende, lo hace y sigue el ritmo y una mayoría se va descolgando poco a poco.
Si las familias no pueden ayudar a sus hijos en sus deberes, porque no llegan a ciertos niveles para explicarles cómo hacer las actividades a sus hijos (yo, por ejemplo no podía ayudar a mis hijos en las materias de ciencias desde 3º de ESO), porque directamente no están en casa o porque prefieren delegar en otros buscándole una apoyo externo con clases particulares, ese alumnado se va descolgando también.
Si el alumnado desconecta (o, directamente, no conecta) de las explicaciones, no sabrá hacer las actividades y no las hará o las hará mal y se va descolgando.
Pienso que todos los docentes mandan deberes con la clara intención de que su alumnado aprenda. Lo que ocurre es que esta dinámica tradicional de la Escuela está dejando de tener sentido ante la evolución de los modelos familiares, ante los estímulos constantes y variados del alumnado y ante un mundo visual y digital. Por eso, los docentes deberíamos plantearnos lo que hacemos en el aula y qué consecuencias tiene. Por ejemplo, mi alumnado de 1º de ESO se queja de que hacemos muchas actividades en clase y que en las demás materias las hacen (o se las mandan, que no es lo mismo) en casa. El motivo, como habréis concluido, es que los deberes los hacemos y los corregimos en clase y evaluamos el aprendizaje en la misma clase. En mi clase no tiene sentido mandar deberes porque ya lo hacen en la propia clase con mi ayuda y mis aclaraciones o explicaciones, generales, grupales o individuales, cuando son necesarias. Es definitiva, que si pasamos de una metodología pasiva a otra más activa dejan de tener sentido los deberes, e incluso los exámenes (pero ese otro debate…, o no). Y lo mismo en otros niveles donde trabajamos por proyectos o con la estrategia del flipped classroom. Trabajan en clase y sólo tienen que hacer en casa lo que no les da tiempo (o no quieren) hacer en clase.
También deberíamos pensar en el tipo de actividades que se entienden por deberes y que es mejor mandar tareas en vez de actividades mecánicas: hacer una investigación sobre un tema, elaborar un producto para explicar un tema, hacer la compra de casa, hacer un presupuesto familiar, hacerse responsable del reciclaje del hogar. En definitiva, HACER y no REPETIR.
Sin duda, hay niveles y materias que necesitan un aprendizaje más mecánico y repetitivo y que demandan un trabajo extra fuera del aula. Pero, en la línea que establecimos antes, si cambiamos (o le damos la vuelta) al sentido del aprendizaje y el alumnado se dedica en clase más a hacer y trabajar y menos a escuchar, esas necesarias actividades se verán también disminuidas. No se trata, por tanto, de eliminar los deberes sino de cambiar el lugar donde se realizan y de darle un enfoque más competencial, de aplicación al contexto.
Se trata de cambiar la Escuela. Este es el verdadero dilema. Como dicen en mi pueblo, esa es «la madre del cordero».
José
No cree usted que hemos olvidado otro dato que afecta a las familias de carrera dual, las actividades extraescolares. Deberes si o no, pero que tengan la tarde ocupados para ser los mejores.