Ayer se conoció la noticia de una sentencia favorable a BlaBlaCar declarando legal su actividad frente a la denuncia de la patronal de autobuses. En la noticia se habla de «un espaldarazo a la economía colaborativa» y eso me llamó la atención y me hizo reflexionar sobre la relación de esta noticia con el mundo educativo.
Llevo tiempo observando como el desarrollo tecnológico y de ciertas aplicaciones y actividades rompen lo establecido. Se quiere corregir o, más claramente, evitar esta irrupción con denuncias de ilegalidades varias, muchas de ellas bastante corporativistas, y que, en definitiva, creo que quieren poner puertas al campo. Son fruto del miedo y la sorpresa de sectores muy seguros que ven amenazadas sus condiciones de negocio porque aparecen opciones fuera de su control, creativas, libres y colaborativas y que pueden resolver problemas y necesidades, muchas veces nuevas e incomprensibles para algunos, que lo ya establecido no soluciona. En concreto, yo tengo amigos que lo utilizan y a mi hijo le ha solucionado más de un aprieto porque no encontraba un medio de transporte «regulado y normalizado» para su demanda.
Creo que el problema central es que no se terminan de comprender los cambios que va consiguiendo la red colaborativa que aumenta, acerca y mejora las relaciones entre individuos y colectivos y que ese inmenso beneficio se camufla por intereses muy claros y sólo se habla de los aspectos negativos de la red (acoso o aislamiento, por ejemplo).
¿Y qué relación tiene todo esto con la Escuela? La Escuela es una institución lenta de reflejos (el diplodocus dormido del que hablaba Marina) y en estos tiempos de cambios continuos, muchas veces incomprensibles, no termina adaptarse y de aceptar las nuevas realidades y los nuevos modos de aprendizaje y sigue manteniendo una estructura arcaica y cerrada y, por ello, no acepta fácilmente aquello que no se adapte a una serie de esquemas establecidos. Por ejemplo, proyectos interdisciplinares, intercentros o colaborativos, que se difuminen las diferencias entre las distintas áreas, que se tiren tabiques o la utilización de los dispositivos móviles. Rompen lo establecido, lo normalizado por costumbre, lo regulado (aparentemente) desde «siempre». La Escuela y la Educación convencional se asustan de lo nuevo porque no lo controlan para adaptarlo a su hermetismo, lo mismo que la patronal de autobuses o de los taxis no controlan algo que se les escapa porque las personas tienen necesidades nuevas, medios distintos y soluciones diferentes.
Y no se le pueden poner puertas al campo. Más bien se debe aprender a pasear y disfrutar del paisaje
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