Pido disculpas de antemano por la osadía que para algunos puede suponer el título de la entrada, pero es que en los últimos días del trimestre han coincidido varios hechos que me han llevado a plantearme dicha cuestión.
En primer lugar, el repaso que para el proyecto #ReporterosEDU hemos dado al Antiguo Régimen y la Ilustración en 4º de ESO. También, por un comentario que una alumna de educación primaria de inglés hizo en Facebook a propósito de haber descubierto que esto de la innovación educativa no es nada nuevo y que ya Rousseau planteaba educar para la vida en pleno siglo XVIII y, en tercer lugar, las conversaciones de estos días con mi alumnado sobre la evaluación en las que reconocían que están acostumbrados a un tipo de evaluación tradicional donde priman los exámenes memorísticos y que les cuesta trabajo habituarse a una evaluación continua y procesual que les exige atención y actividad diaria en el aula y donde no pueden desconectar en la clase como de la manera tradicional ya que saben que memorizando aprueban el examen y con eso es suficiente. Porque así se hace en la mayoría de materias y porque así se ha hecho siempre.
Y esto último, me terminó de dar las pistas para el tema planteado. Porque siempre se ha hecho así, o al menos es lo que ellos conocen, porque lo dice la “autoridad” y no la razón, porque ellos reconocen que con metodologías activas aprenden más y mejor y no sólo memorizan para aprender. Razón contra autoridad. Y en relación con esto nos encontramos la excusa perfecta: la prueba de acceso para 2º de bachillerato. Casi todo el mundo reconoce que la mayoría son pruebas memorísticas, y en el nuevo modelo más, pero aunque se sepa que no es racional, se hace, lo dice la autoridad, la ley. No la razón. No importa que el alumno aprenda, importa que apruebe.
Y los docentes que defendemos el uso de metodologías activas para un mejor aprendizaje del alumnado nos enfrentamos a la autoridad, no queremos hacer lo de siempre si sabemos que no es racional, y menos en los tiempos que corren y en los que van a venir, porque sabemos que se necesita, como decía Rousseau o Dewey, aprender para la vida. No queremos seguir rutinas porque se han seguido siempre. No queremos enseñar al alumnado para el pasado, sino para el presente y para el futuro. No queremos sólo que aprueben, sino que lo hagan porque han aprendido. No queremos papagayos, sino ciudadanos autónomos y competentes. Pero, la autoridad, la costumbre, el miedo, la oscuridad, no lo terminan de permitir.
Desde ese punto de vista y salvando las enormes distancias, al menos en mi caso, con personajes de tal magnitud intelectual, ¿podemos considerarnos una especie de “ilustrados” del siglo XXI? No por lo que sabemos, que es poco y tenemos muchísimo que aprender, sino porque reconocemos las falacias de la tradición y la costumbre y sabemos que la razón del aprendizaje está en las metodologías activas que hagan al alumno protagonista de su aprendizaje y le permitan aprender toda la vida.
Por cierto, las ideas ilustradas tardaron en aceptarse e imponerse sobre la oscuridad y la barbarie algo más de un siglo. A ver si con eso de que los cambios son acelerados tardamos un poco menos en iluminar las tinieblas.
Y siguiendo con el símil, de los ilustrados españoles yo me pido a Pablo de Olavide. No sólo fue un ilustrado importante, sino que se encargó (sin juicio de valor) de la repoblación de las Nuevas Poblaciones de Sierra Morena y gracias a ello llegó la familia flamenca de mi mujer.
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