Entiendo que el aprendizaje y la innovación en plena era digital y en pleno cambio de época, como decía Castells, debe tener como objetivos prioritarios un mayor protagonismo del alumnado en el proceso, fomentar su creatividad, su autonomía y su capacidad crítica y dotarles de herramientas para aprender durante toda la vida, en definitiva, como afirmaba Toffler, para que puedan aprender, desaprender y reaprender.
Por eso no termino de entender ciertas formaciones o snobismos tecnológicos docentes que venden el uso del iPad o de cualquier otra tecnología o dispositivo para seguir haciendo lo mismo que antes. Para tecnologizar la educación en vez de pedagogizar la tecnología, pretendiendo disfrazar como innovación algo que sólo consigue mantener y asentar el viejo paradigma del control docente sobre el proceso de enseñanza. Un control triple, sobre el comportamiento, sobre los contenidos y sobre la evaluación. Aplicaciones para controlar el comportamiento con incentivos o castigos (positivos y negativos de toda la vida), reproduciendo contenidos digitales de las editoriales o de internet y utilizando otras apps para hacer medias inverosímiles que lo valoran, aparentemente, todo. ¿Y el alumno, qué hace? Pues, escucha, ve y se siente controlado y amenazado. Y utiliza, como mucho, dispositivos completamente trasnochados que no tienen nada que ver con la herramienta maravillosa en manos del docente que aparece, así, como un nuevo símbolo de su poder. De su control. Frente a alumnos pasivos, nada autónomos ni creativos y ni mucho menos protagonistas.
Creo que esto se corresponde con la necesidad de profesorado de hacer algo distinto pero sin cambiar el modelo. De usar el iPad para evaluar, pero haciendo exámenes memorísticos como principal instrumento de evaluación. Como siempre. De usar un cuaderno de clase tecnológico o digital donde se apuntan las mismas cosas que en el analógico de toda la vida. Como siempre. En definitiva, una demostración de que para muchos docentes la innovación no consiste en cambiar el modelo de aprendizaje haciéndolo más activo para el alumnado, sino en utilizar la tecnología para aparentar o creer que se está dando un cambio que en realidad no se produce. Es el problema más grave que tenemos: dedicamos esfuerzos, en este caso formativos con todo lo que eso supone, que no será rentable para mejorar el aprendizaje del alumnado y adaptarlo a la realidad.
Y conste que yo tengo iPad, que lo utilizo en clase, que creo materiales con él que me sirven en el aula, que tengo hojas de cálculo de Drive como cuadernos del profesor y que me facilita el trabajo, pero no por eso me considero innovador. Si de alguna manera lo intento ser es porque mis alumnos crean sus materiales, sus blogs, sus sites, sus vídeos y elaboran presentaciones o documentos colaborativos. Y que conste, también. que cuando el iPad u otros dispositivos son utilizados por el alumnado se crean experiencias de aprendizaje muy interesantes e innovadoras, pero no por los aparatos sino por el protagonismo y la capacidad creativa de los alumnos.
Lógicamente, el problema no proviene del cacharro, ni de las aplicaciones, ni de internet. Ni siquiera de las editoriales. Proviene del enfoque que se le da al proceso de aprendizaje; un enfoque, todavía, demasiado tradicional porque no se han terminado de entender los nuevos tipos de aprendizajes y los necesarios nuevos tipos de enseñanzas, ni las posibilidades que ofrece el mundo digital en la Escuela.
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