La RAE le da al término paroxismo tres acepciones:
- exaltación extrema de los afectos y pasiones
- exacerbación de una enfermedad
- accidente peligroso o casi mortal, en que el paciente pierde el sentido y la acción por largo tiempo.
Y las tres, de alguna manera, tienen que ver con lo que se aproxima, si es que no ha llegado ya, y las tres se podrían concretar en la manifestación exagerada y algo descontrolada de algo. En este caso, de los exámenes.
Y es que durante esta semana he recibido informaciones que parecen llevarnos a esa manifestación exagerada. Veamos.
Una amiga nuestra nos ha contado que se su hermana se ha tenido que pedir horas de su trabajo para ayudar a su hija en los exámenes de matemáticas. Pensaréis, claro, si está en ESO o bachillerato, podría considerarse normal. Pero el caso es que está en 3º de primaria.
Un alumno de mi tutoría, al preguntarle al grupo los exámenes que tenían esta semana me comentó que cuatro y que lo peor es que su hermano que está en 4º de primaria, por lo visto, tenía más.
Y, finalmente, el hijo de un amigo nuestro que está en 4º de ESO nos comentó que en Lengua, con esto de la semipresencialidad, las clases que le quedan hasta final de trimestre eran todas para hacer exámenes.
Y esto tiene mucho que ver con dos factores fundamentales: el contexto creado, primero por el confinamiento y después por la semipresencialidad y la incapacidad que parece que existe para poder evaluar sin hacer exámenes.
Sin duda alguna, la angustia producida en los docentes durante el confinamiento se debió a tres elementos: a una adaptación exprés a una situación y a un modelo desconocido, a la situación de compañeros y del alumnado y a la encrucijada de una evaluación sin exámenes tradicionales. Y ese tercer aspecto se ha trasladado a los niveles que este curso están desarrollando el modelo semipresencial con la variante de que sí se pueden hacer exámenes, pero el alumnado está menos tiempo presencial en clase. Eso supone, en muchos casos, explicaciones duplicadas, sensación de que no da tiempo a verlo todo y, por lo tanto, explicaciones más rápidas con menos tiempo en el aula y menos comprensión del alumnado y a que, como los grupos están divididos por días o por horas, se hacen dos exámenes, uno por cada subgrupo, con lo que se multiplica la sensación de “pérdida” de tiempo y de que hay más exámenes. O sea, la pescadilla que se muerde la cola y sí, el paroxismo.
Pero esta situación se crea, sobre todo, por la idea muy extendida de que evaluar es sólo examinar y que si hay que calificar, hay que examinar. Yo ya lo he dicho muchas veces y no quiero repetirme más, pero me gustaría comentar sólo una cosa: evaluar es valorar y evaluar al alumnado es valorar su aprendizaje y para eso tenemos que tener criterios y evidencias. Los primeros nos los proporciona la normativa y las segundas estas pueden y deben ser variadas y numerosas sin necesidad de examinar (entendiendo examinar aquí como hacer exámenes memorísticos tradicionales). Así, por ejemplo, yo tengo, de media, unas 12 o 15 notas (evidencias de aprendizaje) de cada alumno y no necesito examinar de manera tradicional para poder valorar el aprendizaje del alumnado y ponerle una calificación. Y esto, la verdad, es una tranquilidad porque no hay situaciones agobiantes, ni para el profesor ni para el alumnado, con lo que no se produce el típico estrés de finales de cada trimestre.
Y para demostrar esto me remito a una anécdota real en el curso de mi tutoría (3º de ESO): la semana pasada les expliqué que íbamos a empezar el estudio de los parques nacionales españoles, de los parques naturales de Andalucía y de algunas comarcas españolas destacadas dentro del proyecto “un país en la mochila” y que para ello tendrían que hacer resúmenes, grabar audios, crear vídeos y explicarlos en clase. Y un alumno me preguntó: “¿maestro y todo eso lo vamos a hacer antes de navidades?” y yo le contesté que no, que empezaríamos a trabajar y que seguiríamos por donde lo dejemos después de las vacaciones. No os podéis imaginar (bueno, sí) la cara, entre la sorpresa y la satisfacción, que se le quedó al alumno (y a sus compañeras).
En definitiva, que tenemos un problema con la evaluación, algo que no es nuevo y que arrastramos penosamente, y que este problema se ha agudizado con la pandemia porque no sabemos evaluar sin examinar ni nos sentimos seguros si no examinamos. Y este paroxismo tiene muchas consecuencias, pero sobre todo, la pérdida de aprendizaje.
Y para concluir nada mejor que una imagen recogida estos día en las redes. Os la dejo.
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